La antropología
filosófica, es aquella rama de la filosofía que tiene por objeto el estudio del
hombre en sí mismo; que toma al ser humano como objeto a la vez que sujeto del
conocimiento filosófico.
El hombre como problema
La
pregunta por el ser del hombre suele considerarse como nudo central en la
reflexión antropológica, más determinadamente, por la antropología filosófica.
Como lo señala Miguel Morey, esa problematicidad en buena medida viene dada por
el carácter eminentemente problemático de su objeto, el hombre, de quien no
poseemos una idea unitaria a pesar de los crecientes saberes parciales que
sobre lo humano no dejan de acumularse. La conciencia de esta problematicidad
permite establecer según Morey una demarcación para la antropología filosófica.
Se trata de la distinción en la consideración del hombre entre tema y problema
. Con el primer término se alude a cierto saber acerca del hombre, algo
definido, estable y permanente que dominó hasta la concepción moderna del Universo.
Desde allí, el hombre comienza a presentarse como problema en todos los
órdenes, alcanzando la propia existencia, que se vuelve problemática. La
antropología filosófica toma al hombre como un problema, y no como un tema, por
ello no comienza su reflexión a partir de una definición acerca del hombre,
sino que su carácter filosófico invita a abrir nuevos interrogantes. La
pregunta por el ser del hombre no es punto de partida sino punto de llegada,
como todo pensar que se busca a sí mismo para despoblarse de sus presupuestos
(Morey, 1989: 10-12).
En
la Modernidad el desplazamiento de la cuestión del hombre de tema a problema,
trajo consigo la constitución del hombre como objeto de conocimiento. Esta
voluntad de objetivación de lo humano sería responsable de las paradojas de la
antropología filosófica como discurso, por ejemplo, en cuanto al interés de que
el sujeto sea conocido como sujeto, cuando el sujeto puede ser conocido sólo en
cuanto objeto. Poner al hombre como objeto de conocimiento trae como consecuencia
la pérdida de la posibilidad de ponerse a sí mismo como medio de conocimiento
(para sí mismo), de conocerse como sujeto que se constituye, o en las palabras
de Píndaro, y luego de Nietzsche, de llegar a ser el que se es.
Ahora
bien, ¿por qué intentar responder a la pregunta por el ser de hombre? ¿Se trata
de satisfacer una curiosidad, un intento por controlar el objeto de la
antropología mediante un saber acerca de él? ¿Es en definitiva aquél afán de
conocimiento que nos permite controlar lo real? Estas preguntas se ubican más
en el nivel del hombre como tema. Más bien nos inclinamos a pensar que la
pregunta por el ser del hombre tiene una orientación ético-política, y que
históricamente se ha constituido una reflexión acerca del hombre que ha tenido
como objetivo determinar la relación con nuestro propio tiempo, atender a “lo
que (nos) pasa” (Morey, 1989: 41), ser capaces de formar parte de nuestro
propio tiempo. Se trata, en este sentido de una práctica vivencial y política
de nuestro pensar.
EL MATERIALISMO
Parte
de la materia, se opone al idealismo y por ende, a la concepción de que lo espiritual
es lo esencial del hombre; considera al hombre como ser material, como todas
las demás cosas que se encuentran en el universo, sometido a las leyes del
mundo y de la vida. Lo que se denomina "espíritu",
"conciencia", "inteligencia" y demás características
humanas, no resultan ser más que el producto más evolucionado de la materia y
se debe explicar desde ese punto de vista.
El
materialismo dialéctico, propio de la doctrina marxista admite sólo la existencia
de una realidad material, no estática, unívoca y uniforme, sino un principio
material que se desarrolla en forma superior de manifestación y de acción.
El
materialismo histórico que se vincula directamente con el anterior, se origina
igualmente en la doctrina de Marx y Engels. Para el marxismo no existe el
hombre abstracto sino concreto; en el humanismo marxista el hombre es un ser
histórico, político, económico y cultural; según el materialismo histórico, las
condiciones económicas determinan el orden social, jurídico, político,
religioso; los determinantes de la historia
son la estructura económica de la sociedad, las relaciones entre
producción y consumo, los medios de producción, el capital y la fuerza de trabajo.
El
hombre en la sociedad capitalista, de consumo, es un ser alienado, ya que no le
está permitido el desarrollo integral y
le impide ser libre y autónomo. El
hombre debe ser el valor supremo para el hombre, debe girar en torno de sí
mismo; el hombre sólo puede encontrar la plenitud de su ser en este mundo,
dentro de la sociedad; el hombre es el conjunto de sus relaciones
sociales.
EL EVOLUCIONISMO
Sostiene
que el hombre es producto de un proceso por el cual la vida ha desarrollado
nuevas especies y variedades mediante el fenómeno de la selección natural y la
supervivencia de los más aptos, es decir, según la adaptabilidad de las
especies a las condiciones de su medio ambiente. La teoría evolucionista fue
propuesta por Charles Darwin y existen muchos elementos probatorios de la
misma. El hallazgo de fósiles humanoides parece reforzar esta teoría.
El
filósofo, paleontólogo y sacerdote francés Pierre Teilhard de Chardin, trata de
conciliar la teoría creacionista con el
evolucionismo. Acepta como válidas ambas teorías, a pesar de su condición
religiosa. Para Teilhard de Chardín, el punto ALFA es el inicio de la
evolución. Dios es el Alfa, es decir el principio de todo; Dios procedió a
crear la materia; esta materia se transforma, evoluciona; Dios vuelve a
intervenir y dota a la materia de alma, aparece el hombre; el hombre se
perfecciona poco a poco y en este punto converge la humanidad actualmente; el
hombre y el cosmos alcanzan su máximo perfeccionamiento y llegará al final de éste, es decir al punto
OMEGA.
Algunos
de sus intérpretes y comentadores proponen tres grandes etapas en la concepción
del hombre de Teilhard de Chardin: cosmogénesis, biogénesis y antropogénesis.
En la primera, aparece el mundo inorgánico; en la segunda, la evolución de la
vida que culmina con el hombre, en un proceso denominado noogénesis. A la
noogénesis sigue la cristogénesis
Autorrealización
El
pensamiento griego ya podía concebir que el fin del hombre estuviera fuera de
sí mismo o fuera trascendente, por lo cual todas las acciones humanas se
realizan con un fin posible que a su vez se supedita a otros hasta llegar a un
fin último tras el cual no hay ninguno más y que da la razón o justificación a
los otros. Este fin último es la felicidad o eudaimonía, y para Aristóteles
todos los hombres están de acuerdo en perseguirla, pero en desacuerdo sobre en
qué consiste. Por eso propone que el fin del hombre o su felicidad es algo
estrictamente individual y consiste en su autorrealización. Unos son felices
haciendo dinero; otros, recibiendo honores y agasajos... Cada cual posee el
secreto de su propia felicidad. Pero para eso hay que conocerse bien a uno
mismo, claro está, y saber qué se quiere.
Pero
¿qué buscan todos los hombres? Según Aristóteles, lo que buscan debe cumplir
varias condiciones:
Ser
un bien perfecto, que se busca por sí mismo y no por otro superior a él, esto
es, que no sea trascendente.
Que
sea un bien suficiente por sí mismo, de manera que quien lo posea ya no desee
otra cosa.
Que
sea el bien que se consigue con el ejercicio de la actividad más propia del ser
humano, del ser hombre, según la virtud más excelente.
Que
este bien se consiga con una actividad continua.
Cada persona desempeña una
función en su sociedad y para desempeñarla bien ha de adquirir virtudes que le
ayuden a hacerlo. Pero si hay una función propia del ser humano como tal, la
felicidad consistirá en ejercerla a lo largo de toda la vida y la virtud que
ayude a ella será la más perfecta.
La antropología sociocultural
Cuando
nos referimos a la antropología sociocultural, así adjetivada, estamos
aludiendo al ser humano estudiado como miembro de un grupo social y como
integrante de una cultura. En realidad, estamos haciendo mención de realidades
similares puesto que, como veremos en el desarrollo de los temas que siguen,
los grupos humanos poseen una cultura que les proporciona una imagen o, si se
quiere, una identidad, gracias a la cultura que los caracteriza.
Puede
decirse, por tanto, que la antropología sociocultural estudia las sociedades y
las culturas humanas, tratando de descubrir, prioritariamente, los elementos
compartidos y las diferencias, con una estrategia holista, esto es, enfocada a
la globalidad. Para lograrlo, se vale de una metodología sistemáticamente
comparativa. Por tanto, no es una ciencia de lo exótico y de lo singular.
"Antropología
cultural" ha sido la denominación al uso en los Estados Unidos desde la
época de Franz Boas. De hecho, él y sus discípulos son clasificados como
culturalistas. El hecho de que algunos de sus discípulos concedieran a la
cultura un carácter superorgánico (A. L. Kroeber y E. Sapir, especialmente),
hizo que éste fuera el adjetivo característico de la antropología
norteamericana. En el Reino Unido la denominación habitual desde la época de A.
R. Radcliffe-Brown ha sido la de antropología social.
Mientras
que en la primera denominación se enfatiza el hecho productivo del ser humano,
la cultura, en el caso de la antropología inglesa se hace lo propio con el
hecho de que el ser humano integre una sociedad. Nótese que la denominación
norteamericana concede a la antropología un amplísimo campo de estudio. De
hecho, la misma, también desde la época de Boas, integró en su seno a la
antropología física, la arqueología, la lingüística y la antropología
sociocultural
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